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06 DE NOVIEMBRE DEL 2019
Pese al sufrimiento de soportar el rechazo de su propio pueblo; lugar que la vio nacer, Anya, de ahora 42 años y cristiana, muestra el verdadero amor de Dios al ayudar a los aldeanos de su localidad. Ella recibió una capacitación en la salud y, por medio de ella, imparte el evangelio de Jesucristo a la aldea remota de Bru.
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Anya es miembro de la tribu Bru (gente de los bosques), en Tailandia. Aceptó a Cristo junto a su familia en el 2012. En ese entonces, eran los únicos cristianos, aunque en poco tiempo, el número aumentó. De 2 familias pasaron a 30. Sin embargo, tal y como aumentó el número de personas que rendían sus vidas a Cristo, también lo hizo la persecución.
Fueron vistos como traidores e, inmediatamente, las autoridades locales dieron señal de alerta. La presión era tal que, dos espías se hicieron pasar por nuevos convertidos para vigilar la actividad de Anya y los demás creyentes. En 2015, habían pasado de ser 109 creyentes a unos 678.
Ese mismo año, Anya y su padre fueron encarcelados junto a otros cristianos. “La policía y los soldados nos arrestaron y nos encarcelaron. Pasamos 6 meses en una celda muy fría, encadenados de manos y pies”, testifica Anya a Puertas Abiertas. Fieles a Cristo, nada los detuvo. Un domingo, Anya y su padre fueron liberados, e instantáneamente fueron a la iglesia a alabar y dar gracias a Dios.
Pero como estrategia, y para no caer en manos de las autoridades, Anya decidió recibir una capacitación y proveer atención médica básica, ya que la situación en su aldea hacía que el acceso a la salud y educación fuera muy complejo. Ella empezó a ayudar en un amplio rango de situaciones como: el tratamiento de la artritis, infartos o embarazos, entre otros.
“La presión de las aldeas ya no es tan fuerte. Ellos saben que soy voluntario y voy a ayudarles”, dice Anya. Su iglesia ahora tiene 580 miembros. El martillo no pudo aplastar su fe, y ahora es esta fe la que trae sanidad física y espiritual en los rincones más remotos de Laos.
(*) Imagenes referenciales.
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